PONENCIA 5TA SESIÓN SEMINARIO MILITANTE: La cultura libertaria

Seminario Militante No. 12: Anarquismo en España. A 80 años de la Revolución de 1936

Quinta sesión: La cultural libertaria. Martes 15 de marzo de 2016

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La cultura libertaria en España se basaba en una serie de creencias comunes a todo el anarquismo, como lo eran la fe en la perfectibilidad humana, la capacidad de la voluntad para incidir en la realidad, las posibilidades de auto formación del individuo, la necesidad de desarrollar proyectos de vida de forma antiautoritarios y al margen del Estado, su carácter integral y totalizante, y un sentimiento de confianza en las posibilidades de transformación de la razón y la ciencia. Esto emparentaba la cultura anarquista con una más amplia tradición racionalista ilustrada, radical democrática y socialista.

En consonancia con estos valores, los anarquistas españoles se consideraban educadores del pueblo, cuya misión de generalizar entre los trabajadores una cultura fundada sobre valores revolucionarios y modernizadores, tanto por combatir lo que ellos consideraban era la ignorancia derivada de las relaciones de pobreza y explotación, como por propiciar el desenvolvimiento de procesos de transformación individual y colectiva[1]. La apropiación de esta noción de cultura, relacionada tanto con el ejercicio de capacidades como las de saber leer y escribir, como con el conocimiento de referentes de la tradición socialista antiautoritaria, se convertía en un rasgo que separaba los más activos militantes de los menos activos afiliados del movimiento, remarcando la idea de se llegaba a ser anarquista tras un proceso previo de transformación individual.

Si bien todas las organizaciones confederales se proponían actividades culturales, el grueso de la iniciativa recaía en grupos de afinidad políticamente anarquistas arraigados local o sectorialmente, que se diferenciaban de otros sectores del movimiento popular por su receloso énfasis en la necesaria autonomía de la obra cultural frente a la acción estatal, por lo menos hasta la época de la Revolución y la Guerra, épocas en las que se complejizaría enormemente esta relación[2].

Identidad

Al igual que otras corrientes políticas y movimientos sociales, los anarquistas tenían un abanico de prácticas, imaginarios y representaciones simbólicas y rituales provenientes de la tradición obrera que les permitían su mutua identificación y diferenciación frente a otros, e impulsaban sus acciones colectivas. Entre estos elementos se encontraba el uso de símbolos como la bandera rojinegra surgida en los ámbitos confederales desde los años de 1930, la apelación a las siglas de la CNT y la FAI o los cancioneros e himnos populares. También hallamos la reiteración de nombres e imágenes repletos de alusiones a la naturaleza, la luz, la lucha, la solidaridad, la acción, la redención y el progreso, así como el desarrollo de celebraciones de los momentos de tránsito entre una etapa y otra de la vida, que buscaban rehuir del control eclesial y estatal a través de cambios de nombres del registro civil, matrimonios y uniones libres y la práctica de entierros laicos. Aquí también se destaca el papel de las actividades afirmativas de la identidad colectiva relacionadas con la conmemoración de un calendario propio que incluía la memoria de la Comuna de París, el Primero de Mayo y la ejecución de los líderes de Haymarket y más tardíamente el 19 de julio, codificadas en obras de sus propios historiadores militantes como Lorenzo, Peirats, Buenascasa o más tardíamente Paz. Finalmente encontrábamos también su seguidilla de apóstoles del ideal como Seguí, mártires de la libertad como los presos de Montjuic, héroes del pueblo como Durruti y sabios altruistas como los Montseny[3].

Educación

Durante toda su historia los anarquistas españoles manifestaron un permanente interés por la reflexión pedagógica y la labor educativa. Los primeros pasos de estas prácticas, van de la mano de los del propio movimiento que ya discutía el tema en el seno de los debates congresuales de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT en 1869, aprobaba un año después un concepto favorable de la educación integral, una enseñanza teórica y práctica que se entendía social, pública, racional, científica, laica y respetuosa de la individualidad, defendida por teóricos como Bakunin y Robín, con antecedentes en socialistas utópicos como Fourier. Ya en 1880, los anarquistas se integrarán al movimiento más general de escuelas laicas, influenciadas por el republicanismo, la masonería y el librepensamiento decimonónico, movimiento en el que destacaría la figura del pedagogo Francisco Ferrer y Guardia.

Justamente el ecléctico Ferrer sería el primer impulsor de la llamada Escuela Moderna, que abriría sus puertas en Barcelona en 1901 y funcionaría ininterrumpidamente hasta la semana trágica de 1909, implementando un proyecto educativo centrado en el estudiante, que eliminaba la coacción y los estímulos artificiales, profesaba el antiautoritarismo y la búsqueda del desarrollo pleno de las capacidad humana, al tiempo que defendía el racionalismo, el igualitarismo, la ciencia y el laicismo y principios como la coeducación de sexos y clases sociales. La Escuela Moderna desarrollaría contactos con las corrientes pedagógicas renovadoras de finales del siglo XIX y principios del XX, en medio de su reivindicación del contacto directo del estudiante con la naturaleza, la importancia del juego, el trabajo colectivo y la enseñanza de artes y oficios en la formación de las nuevas generaciones[4]. Una de las discusiones centrales en las reflexiones pedagógicas libertarias, fue el debate sobre la finalidad política de la enseñanza, concepto que la escuela ferreriana mayoritaria en el movimiento defendía y al que se oponían teóricos como Ricardo Mella defensor del neutralismo pedagógico, que enfatizaba elementos más espontaneistas, individualistas y naturalistas.

Así desde principios de siglo funcionaron decenas de escuelas racionalistas, bien en Sindicatos o bien en Ateneos, implantadas allí donde el anarquismo mismo era fuerte, destacándose en Barcelona experiencias como la Escuela Racionalista Luz que funcionaba en el Ateneo Racionalista, la Escuela Obrera de Arte Fabril La Contancia del Clot mantenida por el Sindicato Textil, las Escuela Racionalista de barriadas obreras como Vallespir, Torrasa, L´Hospitalet y la Escuela Farrigola o Natura que incluía en su planta docente muchos de los cuadros pedagógicos del anarquismo. Estas escuelas racionalistas, en gran medida fueron impulsadas ya en tiempos de la Segunda República por la FIJL y Mujeres libres, reunían a los hijos simpatizantes ácratas, afiliados confederales y vecinos, y por lo general se enfrentaban a un clima de precariedad e inestabilidad como consecuencia de su falta de mobiliario, recursos económicos, profesores calificados, dispersión de las actividades anarquistas militantes y permanente represión, factores que en muchas ocasiones conducían al cierre de los locales políticos y sindicales donde estos procesos pedagógicos se desarrollaban. Ya en el contexto de la revolución de julio de 1936, se desarrollarían importantes experiencias de transformación educativa como la Federación Local de Ateneos Libertarios de Madrid por un lado y por otro la creación desde arriba del Consejo de Escuela Nueva Unificado (CENU) dependiente del gobierno catalán y presidido por el maestro faista Joan Puig Elias y desde debajo de la Federación Regional de Escuelas Racionalistas (FRER) renuente a la colaboración gubernamental[5].

La lectura

La lectura era una de las prácticas culturales más apreciadas por la militancia libertaria. En las publicaciones libertarias encontramos gran diversidad de temas y estilos, flexibles pero claro en materia ideológica, muy propios de la mentalidad enciclopédica del obrerismo y su vocación utilitaria y científica. Por eso las bibliotecas eran el centro neurálgico de los locales políticos, sindicales y culturales de tradición libertaria, y pese a sus dimensiones modestas y limitadas, sus orgullosos organizadores siempre buscaban mantener alrededor de la misma una activa comunidad lectora[6].

Otro escenario de enorme importancia de la militancia libertaria, era la prensa escrita, en formatos como el boletín, el periódico, la revista o el folleto, que llegaron a contabilizaron entre 1869 y 1939 unas 900 cabeceras de prensa y 3 mil libros y panfletos (que para una mejor ilustración podemos comparar con Colombia donde se contabilizan 7 periódicos en este periodo[7]). La prensa siempre desempeño funciones esenciales de comunicación del movimiento, destacándose publicaciones como La Federación, La Revista Social, El Rebelde, El Productor, Tierra y Libertad, Solidaridad Obrera y CNT. También en este campo fueron notables revistas como Acracia, Natura, Ciencia Social, La Revista Blanca, Estudios, Orto y Tiempos Nuevos, entre otras, así como editoriales como Renovación Proletaria, Pedagógica, Vértice, Ética e Iniciales, y bibliotecas por tomos y facsímiles como la de los Obreros de El Condenado, del Proletario de la Revista Social, Anarco-Comunista, El Corsario, Anarquía y El Productor[8].

También aquí se abriría un espacio para la literatura, especialmente desde 1920, con los proyectos de La Novela Ideal y la Novela Libre asociados con la Revista Blanca de los Montseny, que llegara a incluir un catálogo de más de 600 obras literarias cortas. Estas novelas anarquistas se caracterizarán por su carácter social, su realismo filosófico y su apelación a los valores de la rebeldía y la libertad, al tiempo que priorizan el contenido político y propagandístico sobre el formal y criticaba a los defensores del arte por el arte. Importante es consignar que entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX habría una temporal coincidencia de los anarquistas y las vanguardias literarias del noventayochismo o regeneracionismo, vanguardias que se verían atraídas por la rebeldía bohemia, el individualismo, el modernismo y el naturalismo que veían en las filas ácratas, en lo que era sin duda una particular visión de anarquismo literario. Así autores de la talla de Unamuno, Azorín, Maeztu, Giner de los Ríos y Camba entre otros, colaborarían con Ciencia Social o La Revista Blanca, hasta más o menos 1905 cuando el fenómeno se diluiría no sin generar un gran quiebre entre la intelectualidad y el mundo obrero libertario.

La separación puede evidenciarse en las dos épocas de la revista de Urales y Gustavo, la primera entre 1898 y 1905 más abiertas a la experimentación literaria, y la segunda desde 1923 más científica, moralizante y afín a la literatura social realista. El interés por esta última corriente literaria llevo a buena parte de la dirigencia política y sindical libertaria a incursionar en el campo de la crónica y el relato prosístico, si bien muchas de las contribuciones se mantendrían en el anonimato firmadas por algún “compañero”. Por su parte, la poesía mantenía la línea de denuncia social, naturalismo y afirmación revolucionaria, si bien con más apertura a la participación de algunas mujeres, incluidas algunas que luego confluiría en Mujeres Libres, como Sara Berenguer o Lucia Sánchez Saornil, este última vinculada como poetisa a la corriente del ultraísmo[9].

Sociabilidad

Todas las diversas prácticas de sociabilidad impulsadas por los anarquistas, en gran parte articuladas alrededor del grupo político de afinidad, la sección sindical y el ateneo barrial, buscaban constituirse como alternativas más o menos ascéticas a las diversiones que algunos sectores consideraban degradantes como la prostitución, el juego o la bebida. Gran importancia tenían actividades pensadas para sustituir a la taberna y el baile, como las veladas y funciones artísticas que incorporaban el teatro, la música, la poesía y el mitin, ejecutadas los fines de semanas en un ambiente familiar que posibilitaba la asistencia de las mujeres a las sedes de la red asociativa libertaria, como las jiras o excursiones campestres, promovidas por agrupaciones juveniles, asociados con las labores propagandísticas u organizativas y en algunas ocasiones al naturismo y el nudismo.

Especial mención merecen los cuadros artísticos montado por obreros aficionados en los ateneos, que hacía de la presentación teatral el plato fuerte de las veladas culturales. Estos grupos artísticos realizaban un arte político y popular que se vinculara vivamente con la audiencia obrera, inspirado por autores realistas como Ibsén cuya difusión llevo a los libertarios a confluir nuevamente con sectores de la vanguardia artística y teatral catalana. Importantes experiencias de esto lo representaron en los años de la segunda república el Teatro del Proletariado o la Compañía del Teatro Social de Barcelona o ya en la revolución la Compañía de Teatro del Pueblo y las iniciativas teatrales organizadas por las Juventudes Libertarias.

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[1] Navarro Navarro, Javier. Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura anarquista en España. En Casanova, Julián (coordinador). Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Editorial Crítica, Barcelona, 2012. Pág. 192-193.

[2] Navarro Navarro, Javier. Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura anarquista en España. Pág. 194

[3] Navarro Navarro, Javier. Pág. 196

[4] Navarro Navarro, Javier. Pág. 200

[5] Navarro Navarro, Javier. Pág. 202-203.

[6] Navarro Navarro, Javier. Pág. 205.

[7] Las publicaciones anarquistas aparecidos en el trascurso de 1920 en Colombia son: 1) Vía Libre de Barranquilla, 2) Organización de Santa Marta y 3) La Voz Popular, 4) El Sindicalista, 5) Civilización, 6) Pensamiento y Voluntad y 7) El Libertador, de Bogotá. También serían importantes las colaboraciones ocasionales de los anarquistas en El Socialista  y Claridad de Bogotá, Germinal de Barrancabermeja, La Humanidad de Cali o El Pueblo de Girardot.

[8] Navarro Navarro, Javier. Pág. 206-207

[9] Navarro Navarro, Javier. Pág. 208-210.

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