Análisis de coyuntura-Guerra entre Rusia y Ucrania

El 24 de febrero del 2022, tras meses de tensiones diplomáticas y escalamiento del conflicto en la región del Dombás, Rusia invade a Ucrania e inicia lo que a la fecha es uno de los conflictos de mayor escala en la historia europea y global desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La invasión se da a partir del momento en que el presidente ruso, Vladimir Putin, anuncia el inicio de una campaña militar para «defender de la hostilidad ucraniana» a los/as habitantes de la península de Crimea, anexada por este país en el año 2014, y de las repúblicas de Donetsk y Lugansk, formadas el mismo año y cuya independencia fue reconocida por Rusia dos días antes de la invasión.

Luego lo que inició siendo una supuesta «operación militar especial» con la intención de «desnazificar» a Ucrania, no obstante, es ahora una brutal guerra abierta entre ambos Estados sin un fin previsto al corto o mediano plazo. De hecho, las verdaderas intenciones de Rusia no tardaron en revelarse: el asedio militar y la ocupación le siguieron inmediatamente a la provocativa declaración de guerra de Putin y a lo largo del año el mito de la desnazificación mutó o despareció por completo. Para sorpresa de nadie, el belicismo irrendentista y ambición imperialista de la gran potencia euro-asiática nunca nada tuvieron de noble ni justo, sino por el contrario representaron un ingenuo y sobrestimado esfuerzo por someter a la fuerza a un pueblo entero. Intento que, cabe resaltar, no fue ni ha sido exitoso.

Lastimosamente, la oposición y resistencia a la guerra desde el interior de tanto Ucrania como Rusia no ha sido suficiente para acabar este tan desastroso evento, y la «asistencia» de las potencias de occidente, antes que servir de medio para la expulsión del invasor, ha sido combustible para la prolongación del conflicto, la expansión político-militar representada por la OTAN, la disputa interimperialista encabezada por Estados Unidos y una egoísta respuesta europea a su crisis energética que ha implicado defender su acceso a este recurso cueste lo que cueste. No ayuda tampoco la corrupción de miembros de las clases dominantes ucranianas que como buitres se lucran de la miseria y de los generosos aportes norteamericanos. Ciertamente, cuando la guerra se libra a favor de los intereses del Capital, en la disputa por mercados o dónde prima la reconfiguración geopolítica, las clases trabajadoras y populares, que en gran parte la sostienen, nunca encontrarán en ella ninguna posibilidad de liberación.

Es evidente que las razones para oponerse total y radicalmente a la guerra no faltan, y parecería a primera vista que todos los actores políticos involucrados, menos los del campo beligerante y sus aliados, la rechazan. Sin embargo, los motivos no podrían ser más contradictorios. Desde el belicismo de quienes equivocadamente identifican los intereses del pueblo ucraniano con los del Estado, pasando por el nacionalismo de ultra-derecha de algunos en la primera línea de combate, hasta los «pacifistas» que irresponsablemente llaman a la rendición ante la avanzada genocida, el conflicto ha provocado todo tipo de respuesta, proveniente de cada rincón del espectro ideológico. La nuestra, anti-guerra, anti-militarista, anti-imperialista e internacionalista, es sólo una más. Así, un año después de los hechos que desataron la confrontación armada, reflexionamos sobre los devastadores efectos de este conflicto que tanta sangre ha derramado, y lo hacemos desde nuestro relato de los acontecimientos que la han caracterizado.

Una catástrofe humanitaria de enorme magnitud

La guerra ha dejado una monumental estela de destrucción en términos de afectación a la vida y la naturaleza. Por un lado, el saldo confirmado de pérdidas humanas rodea las 300,000, alrededor de 100,000 bajas de soldados ucranianos y 180,000 bajas de soldados rusos según promedio de estimados de las principales fuentes reportando esta información, aunque las cifras reales son desconocidas debido al deliberado ocultamiento de las mismas por parte de cada gobierno. Entre el total de muertes al menos 8,006 son de civiles, según un estimado de las Naciones Unidas publicado el 21 de febrero del presente año. La misma fuente reporta 487 niños/as muertos entre el total y una cifra de más de 10,000 civiles heridos/as, muchos/as a causa de ataques aéreos concentrados en áreas residenciales.

Para comparación, estas cifras sobrepasan el número total de muertos del mayor conflicto europeo que le precede a la guerra en Ucrania, las Guerras Yugoslavas, aunque representan todavía un número de civiles muertos significativamente menor al de la Guerra de Irak provocada por la invasión norteamericana en 2003.

Por otro lado, la guerra en Ucrania ha desplazado a millones de personas, 8,087,952 de ellas registradas como refugiadas en distintas partes del continente europeo según datos de la ACNUR del 21 de febrero. Del total de personas forzadas a migrar, que se estima ser 16,000,000 según el Alto Comisionado (lo que representa cerca de ⅓ de la población de Ucrania), casi 8,000,000 son desplazados/as internos, sobre todo mujeres y niños/as, principalmente provenientes del sur y el este del país en busca de las zonas más seguras en el centro y el oeste de Ucrania. Afuera de Ucrania, el paradero de los/as refugiado/as ha sido principalmente Polonia, que alberga a aproximadamente a 3,315,711 personas según reporte de la ACNUR del 15 de mayo de 2022, seguido por Alemania, República Checa, Rumanía, Hungría, Moldavia, Eslovaquia y Bielorrusia. Adicionalmente, se han documentado casos de deportación forzada a Rusia o territorios ocupados de docenas de miles de personas.

La migración masiva causada por la invasión y subsecuente guerra en Ucrania constituye la mayor crisis de refugiados/as desde la Segunda Guerra Mundial, cercana en números a la crisis causada por la Guerra Civil en Siria desde 2011. Además, a pesar de muchas personas haber sido acogidos/as y apoyados/as por familias, la suerte de las migrantes en los países de destino no ha sido necesariamente la mejor. La marcha nacionalista en Praga del 4 de septiembre de 2022, que como principal bandera tuvo la oposición a las sanciones interpuestas por este gobierno a Rusia y el subsecuente aumento del precio en la gasolina y alza en la tasa de inflación, presentó rechazo de muchos a la llegada de migrantes ucranianos/as e incluso llamados a su expulsión. Las organizaciones y partidos que organizaron la marcha, una combinación entre la ultra derecha (Trikolora, SPD, etc.) y la izquierda autoritaria (Partido Comunista), reflejan una tendencia importante de derechización del continente europeo tras el inicio de la guerra con notables elementos xenofóbicos y con frecuencia también antisemitas.

Esta tendencia es visible, aunque en menor medida, en Polonia. A modo de ilustración, la marcha ultra-nacionalista de noviembre 17 conmemorando la independencia del país contó con muestras de rechazo a migrantes con carteles exigiendo un «alto a la ucranización de Polonia», resaltando, en todo caso, que la xenofobia (y el racismo) es característico de este sector desde la crisis de refugiados/as sirios/as y africanos/as. De hecho, son los/as migrantes racializados/as de Ucrania y otros países los/as que mayor rechazo han recibido.

Por si fuera poco, el ejército invasor, además de ser responsable de la muerte de miles y el desplazamiento de millones, ha cometido en múltiples ocasiones actos de violencia desproporcionada y crímenes de guerra incluyendo pero no limitados a ataques deliberados a civiles o infraestructura civil y corredores humanitarios, masacres, crímenes sexuales y tortura. De estos casos se destaca por ejemplo la masacre de la ciudad Bucha de marzo-abril del 2022 en la cual entre 200-300 civiles y prisioneros de guerra fueron asesinados/as (una gran parte a modo de ejecución con las manos atadas), muchos/as luego de sufrir tortura o ser violados/as (especialmente las víctimas mujeres y niñas). De igual manera se destaca la destrucción deliberada de hospitales, edificios residenciales, colegios, teatros e iglesias, por ejemplo en la toma de ciudades ahora ocupadas como Mariúpol al sur o pueblos hacia el norte cerca al óblast de Kiev. Se destacan también los ataques a sitios de patrimonio cultural como el ataque del 3 de marzo al centro conmemorativo de víctimas del Holocausto «Babyn Yar» en Kiev.

En el caso de los hechos de violencia sexual ocurridos en relación al conflicto las cifras son en gran medida desconocidas a raíz de la dificultad de las víctimas para reportarlas, o del hecho que muchas víctimas han migrado o viven en territorio ocupado. Muchas sino la mayoría de víctimas de violencia sexual son mujeres aunque entre ellas también se encuentran hombres, adolescentes y niños/as. La relación con el conflicto se extiende al abuso con fines bélicos, como estrategia de guerra, pero las pruebas de sistematicidad son escasas así se estimen cientos de casos cometidos por fuerzas de seguridad rusas y muy minoritariamente ucranianas.

Por último, la escala de destrucción del conflicto se asocia del mismo modo a las actuales condiciones de vida de las personas que aún residen en Ucrania pues los ataques a infraestructura energética y fuentes de agua potable dejan a la fecha a miles sin acceso a estos recursos. Cuente o no una red eléctrica como «objetivo militar legítimo», la muerte o el empobrecimiento no son colaterales o meras adiciones al horror de la guerra, sino su fin. En otras palabras, la guerra es una herramienta de dominación y la única solución a todo este sufrimiento, sin duda, es acabar con ella.

Con esto sentamos la primera razón y principio básico de nuestro posicionamiento: ninguna solución que no tenga como propósito acabarla, o que aunque diga hacerlo la reproduzca mediante sus acciones, es una solución viable.

Crisis económica mundial

Los efectos de la guerra no están limitados a la afectación de las personas dentro de los dos Estados en disputa. En primer lugar, el conflicto ha afectado de manera grave la economía global que, debilitada por la recesión producto de la pandemia del COVID-19, se venía recuperando apenas lentamente. En particular, el alza en los precios de los alimentos por la caída en producción y exportación de grano proveniente de Ucrania, en especial el trigo, maíz, cebada y semillas de girasol, ha puesto en peligro la seguridad alimentaria de millones de personas en el mundo, del mismo modo que el aumento en el precio de insumos para la fabricación de fertilizante provenientes de Rusia, asfixiada por sanciones.

Si bien Ucrania y Rusia no son los únicos exportadores de trigo en el mundo, previo a la invasión Egipto, Bangladesh, Turquía e Irán compraban más del 60% de su trigo a estos dos países, y otros países del sur global como Yemen o Somalia, afectados ya por hambrunas, dependían también de las importaciones. Además, el incremento del precio del gas y petróleo aumentó consecuentemente el precio de cargamentos de alimento por los altos costos asociados al transporte. Cabe señalar que pese a esto negociaciones mediadas por las Naciones Unidas como la Iniciativa de Cereales del Mar Negro han logrado desbloquear puertos para transportar hacia Turquía embarcaciones de trigo, bajando gradual, pero lentamente los precios desde junio del 2022.

En segundo lugar, la crisis energética, asociada al corte del suministro de gas a Europa proveniente de Rusia del orden del 80% (Gazprom) y los topes históricos en el precio del petróleo, los más altos desde la crisis financiera del 2008, ha precarizado la calidad de vida de miles de personas del común por la presión que ejerce sobre sus bolsillos y capacidad de gasto. Aparte de recurrir a medidas de racionamiento, los gobiernos europeos han tenido que optar por mecanismos correctivos de mercado para frenar el incremento en precio y ante todo buscar otros proveedores de GNL (gas natural licuado) y combustibles fósiles para reducir la dependencia, o más bien, como se ha visto, reemplazarla por la dependencia a Estados Unidos, responsable junto con Qatar y Nigeria del 26% de importaciones de gas, siendo que el 74% de su GNL fue exportado a Europa en 2022.

En este escenario, la idea de que la preocupación de los Estados en su búsqueda de nuevos mercados para adquirir o vender recursos (energéticos o alimentos) es a su vez una preocupación por el bienestar de las personas del común debe ser tomada con pinzas. Por un lado, se ha visto ya en situaciones pasadas que las sanciones sobre un país, más que afectar a sus habitantes, poco o ningún efecto tienen sobre el curso de la coyuntura conflictiva en sí. De este modo, la decisión (desde cualquiera de las dos partes) de sancionar, es decir, de usar la extorsión contra poblaciones enteras para alcanzar fines políticos, refleja un marcado desdén hacia los/as pobres pues sobre ellos/as prima el estatus quo y la geopolítica. Realmente la prioridad de estos Estados son los intereses de la clase capitalista, así los respectivos gobiernos tengan que contradecir el curso de su política exterior reabriendo diálogo con, o aceptando sobornos de, gobiernos a los que previamente se habían opuesto, siendo este el caso de Francia con Venezuela, España en tensa y contradictoria relación con Marruecos y Argelia, o algunos Estados miembro de la UE con los petroestados arábicos.

Por otro lado, Estados Unidos, al igual que Rusia, ha encontrado en la guerra una oportunidad para exportar su crisis interna hacia afuera y expandir sus mercados. En lo que constituye esencialmente una solución del Capital para sobrellevar la crisis estructural de sobreacumulación y superar los efectos de recesión causados por la pandemia del COVID-19, ambas potencias imperialistas han buscando establecerse como protagonistas en los escenarios en los que ejercen influencia económica y política, Rusia buscando construir rutas de comercio hacia China por Mongolia o hacia Turquía y Estados Unidos, por su parte, estableciéndose en Europa con la alianza militar de creciente importancia, la OTAN.

Ningún otro evento marca mejor esta transición que la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, el cual hasta dos días antes de la guerra se esperaba abasteciese a Alemania de gas ruso en la previa relación de dependencia entre la potencia euroasiática y Europa. El sabotaje del gasoducto, que a la fecha no reclama responsable a pesar de haber sido investigado por Dinamarca, Suecia y Alemania, representó la eliminación de la posibilidad de reestablecer comercio entre ambos continentes al mediano plazo, así países como Hungría y Serbia todavía no se hayan disociado de Rusia del todo. De ser Estados Unidos el responsable de la ataque y la sucesiva catástrofe ecológica que produjo la filtración del ducto, quedaría aún más claro que la supuesta «prevención» del chantaje ruso no viene de ninguna preocupación por la vida humana sino del control, predominancia o influencia que sobre la situación puede este Estado tener.

En esta misma línea, el asunto de las sanciones impuestas a la economía rusa, que no se limitan a individuos, figuras políticas, empresas y bancos, no es libre de controversia. De hecho, el desacuerdo se extiende incluso entre los mismos Estados miembro de la Unión Europea, Estados, cabe recordar, cuyo posicionamiento frente a la invasión es de unilateral rechazo. Y es que la crisis financiera que estas han producido en Rusia no es para nada despreciable: la moneda rusa, el rublo, reportó la mayor caída en las últimas décadas en febrero del año pasado, registrando un equivalente 89.9/1 contra el dólar estadounidense. Asimismo, se ha producido el abandono de múltiples empresas multinacionales occidentales y su reemplazo por negocios similares de oligarcas pro Putin, un considerable aumento del crédito y una ola de emigración a otros países de la zona (Georgia, Turquía, Armenia, Azerbaiyan, etc.). Empero, la salida de multinacionales de Rusia no ha representado para ellas pérdidas sino por el contrario, muchas aumentaron utilidades el año pasado. Ese es el caso de las compañías petroleras Shell, Exxonmobil, BP, entre otras, y las grandes representantes de la industria armamentista como lo son Lockheed Martin, BAE y Raytheon.

Para finalizar, no es nuestra intención que este superficial y casi vulgar repaso de la crisis económica causada por la invasión a Ucrania se lea desde una mirada economicista, pues, como veremos más adelante, las causas lejos están de reducirse o limitarse a las variables económicas. No obstante, queda claro que el enfrentamiento armado junto al Estado es uno en el que priman intereses ajenos y contrarios a aquellos de las clases trabajadores y populares no sólo en Ucrania sino en Rusia y demás países afectados por la crisis, es decir, a este punto, todo país en el globo.

De la misma manera, la consigna contra toda guerra menos la guerra de clase, no significa que la solidaridad internacionalista con todos los pueblos oprimidos, en este caso el ucraniano, deba abandonarse a cambio de un supuesto motivo superior, o que al resolverse las contradicciones del sistema capitalista mágicamente se resuelvan todas las guerras, sino que la lucha nunca es con los antagonistas de clase porque no hay camino imperialista que sea pro-pueblo y porque la solidaridad es con la gente, no los Estados. Esta crítica incluye a quienes descaradamente se hacen llamar anti-imperialistas pero reproducen la lógica estatista, imperialista y colonial de las «esferas de influencia» para aliarse, en el campo internacional de balance de poderes, con su potencia favorita. Escuchar a los/as oprimidos/as y ocupados/as, como segunda razón y principio de nuestro posicionamiento, implica rechazar todo imperialismo, venga de donde venga.

Antecedentes a la invasión del 24 de febrero

Previo a la invasión del 24 de febrero Ucrania se encontraba ya en una compleja situación «fronteriza» entre Rusia y occidente. En efecto, la crisis política que precedió la elección del actual presidente del país, Volodymyr Zelenskyy, y la de su antecesor, Petro Poroshenko, supuso una división interna alrededor de cuál debería ser la relación política, económica y militar con occidente, en particular ante las amenazas de Rusia de tomar represalias fuera Ucrania aceptada en la Unión Europea (UE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Así, aunque las protestas del año 2014 que llevaron a la destitución del entonces presidente Viktor Yanukovych significaron un paso hacia occidente apoyado por una gran parte de la población, el euromaidán detonó ese mismo año el conflicto con los sectores pro-rusos y Rusia misma, llevándola a anexar Crimea en marzo y apoyar el alzamiento en armas separatista del Dombás en abril.

La moraleja de esta historia, aquella en la que Ucrania por voluntad propia decide firmar el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, es que salirse de la esfera de influencia rusa se paga con violencia. Lo anterior es cierto aun cuando la firma y ratificación del acuerdo en cuestión no presume la entrada formal a la UE más allá de un relacionamiento comercial y diplomático, y lo es precisamente porque negación de la autonomía ucraniana pasa por ésta ser castigada a raíz de las decisiones tomadas sin autorización del patriarca ruso.

Una similar lógica de especial sujeción aplica ante la relación entre Ucrania y la OTAN. La hiperbólica amenaza que para Putin representó la expansión de la alianza militar occidental fue suficiente excusa para ordenar la invasión del año pasado. Luego en la Carta para la Seguridad Europea firmada por Rusia en el año 1999 es explícita su voluntad de respetar el «derecho de cada Estado de escoger sus arreglos de seguridad», lo que incluye a los Estados ex-URSS o ex-miembro del bloque soviético entre los cuales se encuentra Ucrania pero también Polonia, Hungría y República Checa (miembro desde 1999) y Letonia, Estonia, Bulgaria, Lituania, y Eslovaquia (miembro entre 1999 y 2004). En este sentido, no es claro que en la caso ucraniano haya existido una violación de acuerdos previos entre los Estados involucrados – en tanto la relación este-oeste es negociada por todos menos los Estados fronterizos -, menos considerando que la solicitud de admisión Ucrania y Georgia, realizada en el año 2008, fue rechazada.

Si tanto pertenecer a estas alianzas como no hacerlo es factor merecedor de invasión, nos encontramos entonces frente a la plena inevitabilidad. Que los Estados no sean del todo soberanos no es nuestra preocupación. Pero sí lo es la idea, falsa e infundada, de que la dominación de los pueblos es necesaria e inevitable, o que no hay cabida a la autodeterminación, como si las personas estuvieran destinadas a la sujeción colonial por nacer en el lugar equivocado. La lógica denunciada, que al parecer olvida que la Guerra Fría ya se acabó, es aparte de absurda irónica, pues el gesto de agresión no hizo sino fortalecer el avance de la OTAN al considerar viable la petición de membresía de Finlandia y Suecia bajo el pretexto de la ahora real amenaza militar rusa.

En todo caso, la narrativa que rechaza la autonomía ucraniana, por contradictoria que parezca, responde a una elaboración ideológica más bien coherente con el (pan)nacionalismo irrendentista de la clase dominante rusa. Siendo una combinación de nostalgia imperial con elementos del nacionalismo social-conservador y anti-comunista de Putin y sus aliados políticos, esta ideología defiende la idea de unión de los Tres Grandes Rusos (Rusia, Ucrania, y Bielorrusia) negando al mismo tiempo la posibilidad de que Ucrania exista como entidad independiente a esta formación romántica. Así, el expansionismo imperialista ruso, véase desde el deseo de mantener cercanos a los Estados de la antigua esfera de influencia soviética o desde un delirio nacionalista basado en una falsificación de la historia, es en últimas el motor doctrinal detrás de la decisión de entrar en guerra con Ucrania.

Sucesivamente, el acrecentamiento del nacionalismo posterior a la anexión de la península de Crimea y la invasión del año pasado resultó no siendo exclusivo a Rusia. En Ucrania la movilización del sentimentalismo patriótico ha jugado un papel importante no sólo en la defensa del constructo identitario nacional sino en la política interna del país de los últimos años. Desde la minoritaria participación parlamentaria de Svoboda, pasando por la presencia neo-nazi en las fuerzas militares representadas en el batallón Azov, hasta la composición en aumento de organizaciones de ultra-derecha con reivindicaciones nacionalistas como Tradición y Orden, la ya conflictiva identificación de los intereses de las personas del común con la ficción nacional ha sido con frecuencia acompañada por el fortalecimiento de los sectores más reaccionarios de la sociedad. En esencia, la defensa del Estado necesita de personas convencidas de su supuesta diferencia con el invasor – así las fronteras sean líneas divisorias artificiales y arbitrarias – y es este el escenario perfecto para la promoción las agendas autoritarias, racistas y excluyentes de la ultra-derecha ucraniana.

No sobra recordar, en cualquier caso, que los nacionalismos surgen a partir de la sangrienta construcción de Estado, es decir, del proceso coercitivo mediante el cual las personas se integran a una entidad política para en la guerra diferenciarse de las demás. Más allá de tal abstracción no existen diferencias en los intereses de las/as oprimidas/os en el mundo en relación a su lugar de nacimiento, de modo que el hecho de haber la invasión provocado antagonismos entre pueblos hermanos no constituye sino un desafortunado obstáculo para la solidaridad inter o trans nacionalista. Es de hecho ésta no sólo la tercera razón y principio que guía nuestro posicionamiento, sino la razón que desmiente uno de los mitos empleados para justificar la invasión: la falsa idea que todos los ucranianos son neo-nazis, apoyan a neo-nazis o tienen un régimen neo-nazi. Nada de esto es cierto y bastaría con declarar que Zelenskyy y su gabinete no son más que una combinación de neo-conservadores y neo-liberales afines en cierto grado a occidente o que, afortunadamente, la presencia del fascismo en general es aún limitada, para rebatirla. Pero es justamente el hecho de existir profundas diferencias y contradicciones en la noción de «nacionalidad» lo que imposibilita tan extravagante generalización.

No obstante, a pesar de ser la pretensión «anti-fascista» de la operación de «desnazificación» propugnada por el presidente ruso cómicamente irracional o irresponsable a lo más, el fortalecimiento de la ultra derecha en Ucrania y el mundo no puede ser pasado por alto. A la vez que Azov y sus amigos aprovechan la guerra para identificar las causas militaristas del Estado con las ideológicas propias, lo hacen también para crecer, infiltrar al Estado y fortalecerse. Ni a ellos ni a ningún grupo o movimiento envalentonado por la reciente ola de derechización a nivel global hemos de dejarles avanzar.

A parte del mito de la supuesta desnazificación, notable por el gran número de personas que logró y logra aún convencer, el gobierno ruso ha movilizado otros mitos o medias-verdades que justifican, legitiman o explican la invasión. Y su efectividad, además de requerir el despliegue del gran aparato propagandístico con el que cuenta el gobierno autoritario de Putin, depende evidentemente de los factores, con frecuencia asociados al nacionalismo de la élite, que los hacen convincentes. De esta suerte, si el señalar la presencia de grupos neo-nazis en las fuerzas militares ucranianas genera en la gente una obligación moral por combatir a dicho falso enemigo, los otros mitos, a saber aquellos que afirman la supuesta inexistencia de Ucrania como entidad independiente, declaran la imperativa necesidad de defensa propia ante la avanzada de la OTAN o niegan que siquiera exista la guerra más allá de ser una «operación especial», cumplen una función correspondiente. Y esto es cierto incluso si se reconocen sus contradicciones, por ejemplo si se reconoce la presencia neo-nazi dentro del gobierno propio o de sus aliados. 

De este modo, el reclamado cerco militar de la OTAN como excusa para iniciar una guerra de agresión no ha de leerse como la malinterpretación del derecho internacional que es sino como una amenaza existencial, equivalente a la acción armada, que demanda una repuesta de igual o similar proporción. Del mismo modo, negar que la guerra existe más allá de ser una «operación especial» minimiza y normaliza los hechos que la caracterizan, posibilita la evasión de responsabilidad sobre los crímenes que allí se cometan, y desincentiva su oposición. Otra importante función que cumplen estos mitos es la de establecer motivos para el exterminio de la población pues fundamentan una narrativa de guerra que en sus fines no distingue entre civiles y militares. El componente central de dicha narrativa genocida es una combinación entre la deshumanización del «enemigo» y la negación de su existencia o creencia que no debe existir. Si bien en el momento no hay aún consenso entre los académicos que estudian el tema sobre si los crímenes contra la población civil que hemos visto, sistemáticos y en masa, constituyen genocidio, no se desconocen sus indicios ni sus peligros.

Reconfiguración del campo político a nivel nacional e internacional

Ni Rusia ni Ucrania han estado solas en la confrontación armada de este último año. La invasión del 24 de febrero, advertida pero aún sorpresiva, ha contado con la participación directa e indirecta de una multiplicidad de actores políticos y Estados en todo momento de su desarrollo, lo que explica en cierta medida la posibilidad de resistencia ucraniana pero también la indeseable prolongación del conflicto. Inicialmente, durante el intento por parte de las fuerzas rusas de forzar el derrocamiento del gobierno de Zelenskyy y obtener control militar sobre la capital Kiev que caracterizó las primeras semanas de la invasión, el presidente de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, ofreció apoyo militar y diplomático y se mantendría como aliado hasta la fecha. Fue desde Bielorrusia, de hecho, que se dio la entrada de tropas rusas por el norte momentos luego de la informal declaración televisada de Putin.

Al mismo tiempo, en el oriente del país el conflicto de baja intensidad entre las repúblicas de Donetsk y Lugansk y el Estado ucraniano se acomodó a las dinámicas de la invasión, los ejércitos de estas primeras volcándose al apoyo del bando invasor desde el primer día y apoyando consecuentemente la ocupación de territorio bajo previo control ucraniano. Adicional a los apoyos militares de las unidades separatistas, Rusia cuenta con la presencia de tropas chechenas entre las fuerzas rusas, así como de mercenarios del infame grupo Wagner, cuyos números hoy rodean aproximadamente los 50,000 soldados. Desde el ámbito político y diplomático, a estos apoyos debe añadirse el rechazo de Eritrea, Siria y Bielorrusia de condenar formalmente la invasión expresado en su voto en contra en la onceava sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Asimismo, se destaca el apoyo interno a la invasión proveniente de una parte, pero no toda, la población, y las muestras apoyo de civiles en otros países del mundo entre quienes se encuentran miembros del Partido Republicano, nazbols, putinistas, socialistas autoritarios y nacionalistas, etc.

En contraste, a Ucrania la han apoyado sin excepción todos los Estados miembro de la OTAN a nivel militar sumado al apoyo mediante sanciones a Rusia, y la mayor parte de Estados miembro de las Naciones Unidas en el envío de ayuda humanitaria y rechazo político formal a la invasión. Respecto al primer punto, este apoyo incluye pero no se limita al envío de armas, tanques, aviones y munición cuyo valor monetario es de miles de millones de dólares, la participación de voluntarios internacionales con una importante componente ultraderechista provenientes de Gran Bretaña, Estados Unidos y Polonia, entre otros, y apoyo logístico o de inteligencia.

Por otra parte, al rechazo de la mayoría de los Estados a la invasión lo acompaña un fuerte rechazo civil de gran cubrimiento mediático que ha tenido lugar principalmente en occidente y lo protagonizan tanto actores individuales como organizaciones sociales y políticas e incluso empresas. Es interesante pero a la vez profundamente decepcionante como gran parte de estos sentidos apoyos son selectivos, oportunistas e hipócritas, en especial por el la motivación racista de quienes en función de su percibida similitud se identifican con los/as ucranianos/as y por la sed de lucro de las empresas que como estrategia de marketing, pero ninguna preocupación por la vida humana, emplean los colores azul y amarillo de la bandera de Ucrania. Asimismo, preocupa que esta respuesta, protagonizada principalmente por conservadores moderados y liberales, se haya traducido también en actitudes rusofóbicas o motivos para despreciar otras luchas y conflictos sin la acogida que éste en particular ha tenido.

Además de suponer la reconfiguración del campo político a nivel internacional por medio de la creación de alianzas entre Estados, o crear motivos para la movilización y organización de diversos sectores de la sociedad, la guerra, a nivel político, ha fortalecido el autoritarismo gubernamental. Se produce así el envenenamiento del oligarca Abramovich y una ola de asesinatos probablemente cometidos por la inteligencia del Estado, el cierre de Meta y Twitter y la censura sobre Wikipedia por no respetar la narrativa oficial de operación militar especial. Asimismo, la retórica imperial rusa se ha fortalecido como lo muestra que figuras como Medevev hablen sin vergüenza de la posible anexión a Rusia de Georgia y Kazajistán.

Desarrollo del conflicto y resistencia

Es bien sabido que la intención inicial rusa de tomarse Kiev y derrocar al gobierno ucraniano falló poco después de inaugurarse la guerra a raíz del mal juicio de Putin, quien sobre valoró la capacidad de su ejército y subestimó la del ucraniano, y de la inesperada resistencia militar y civil ucraniana. La defensa de ciertos territorios centrales y del norte del país, no obstante, no fueron suficientes para expulsar al ejército invasor y en la actualidad se encuentran todavía bajo ocupación militar y gobierno provisional ruso una numerosa cantidad de ciudades y municipalidades hacia el oriente y sur en adición a la península de Crimea ocupada desde febrero del 2014.

Posterior al fallido intento de toma del país, en el desarrollo del conflicto destacamos los siguientes eventos. En un segundo momento iniciado desde finales del mes marzo entra en disputa la ciudad de Járkov y ciudades en el óblast de Zaporiyia, a la vez que continúa el conflicto en las regiones ocupadas de Dombás. Más adelante, entre abril y mayo es evacuada la ciudad de Mariúpol, Donetsk, más tarde quedando bajo total control de Rusia luego de una «apocalíptica» serie de batallas que dejaron a miles de soldados y civiles muertos.

Por otro lado, en marzo la planta nuclear de Zaporiyia es capturada por Rusia en una peligrosa e irresponsable batalla a su alrededor que llega incluso a causar un breve incendio y daños menores con pérdidas de capacidad. Para finales del 2020 la planta de Zaporiyia, la más grande de Europa, era responsable de proveer de energía a más de una quinta parte del país. En la actualidad, no obstante, esta se encuentra fuera de operación por preocupaciones de seguridad relacionadas con la crisis y la posibilidad de que se detone un desastre nuclear de gran escala. Frente a este punto, es claro un franco aumento de la tensión nuclear y de un retórica amenazante entre Rusia y la OTAN desde el comienzo de la guerra que en momentos puede llegar a ser preocupante aunque sus implicaciones sean desconocidas. De cualquier forma, a quien en últimas afecta el conflicto interimperialista entre potencias con arsenal nuclear es al pueblo ucraniano pues en su nombre se pone en duda el destino de la humanidad, la posibilidad de escalamiento utilizándose como palanca en su contra. Recordemos que Ucrania, al haber firmado en 1994 el Tratado de No Proliferación Nuclear, no tiene este tipo de armamento pero su adversario sí, reforzando así su posición como Estado fronterizo.

En un tercer momento, se abre con la contraofensiva de las fuerzas ucranianas sobre el sur y este del país y la recuperación por parte de estas fuerzas de zonas de Jarkóv, Lugansk y Donetsk tras meses de control de las autoridades prorrusas. En este periodo, en el mes de agosto zarpa el primer carguero ucraniano de trigo, previo acuerdo con Rusia con mediación turca. Por otro lado, en septiembre se da el descubrimiento de varias fosas comunes en los bosques cercanos a la ciudad de Izium en Járkov, algunas conteniendo los cuerpos de más de 400 personas, luego de su retoma por parte del ejército ucraniano.

Asimismo, Rusia organiza en septiembre los referéndums de adhesión en las zonas ocupadas de Zaporiyia y Jersón, rechazados por Ucrania. El motivo detrás de este insólito esfuerzo por contar con el apoyo de la población ocupada es inexplicable porque una votación obligada y sin garantías de transparencia claramente no produce ningún resultado fidedigno, porque el territorio anexado a la fuerza no se puede «legalizar» con un referéndum según indica el derecho internacional, y porque, como se evidenció, el resultado no le es necesariamente favorable a la potencia invasora al grado que desea. Sin embargo, más que como insulto a la población afectada por la guerra, mucha obligada a huir en condición de refugiada, la organización de referéndums de anexión puede reflejar una necesidad hacia adentro de legitimar la guerra mostrando en cambio resultados de victorias o expansión efectiva.

Por último, un cuarto momento se abre con la nueva ofensiva aérea rusa, centrada sobre todo en bombardeos con misiles y drones sobre las tropas ucranianas y también sobre la infraestructura civil clave del país, que llega a dejar a más de la mitad del país sin energía eléctrica, y una porción importante sin agua potable. Ulteriormente, entre agosto y noviembre se realiza la contraofensiva del sur de Ucrania que el 11 de noviembre termina por liberar la ciudad de Jersón. Se destaca de esta etapa la cuestionable explosión del 8 de octubre que deshabilitó temporalmente el puente de Crimea y cobró la vida a ocho personas. A pesar de no reclamar responsables, la explosión se acepta haber sido causada por Ucrania por su interés en limitar la entrada de armas hacia el sur del país por ser el puente la conexión entre el oriente de la península con territorio ruso. En esta etapa se dan también ataques aéreos a bases militares en Rusia y probables atentados contra personalidades del gobierno ruso.

En esta misma etapa del desarrollo del conflicto se produce en Rusia la impopular «movilización parcial» que buscó reclutar alrededor de 300,000 hombres para prestar servicio militar, es decir, para sacrificar sus vidas y la de sus hermanos/as del país vecino en nombre del proyecto irrendentista e imperialista de la Gran Rusia. Como esperado al interior del país se desarrolló una amplia ola de protestas en oposición a la decisión y en general a la guerra fuertemente reprimidas por la policía. Adicional a la movilización en las calles, docenas de rusos/as protagonizaron múltiples ataques violentos contra los centros de reclutamiento, actos de sabotaje a infraestructura empleada para facilitar el transporte de armamento como los ataques, menores pero no despreciables, al Ferrocarril Transiberiano, e incluso bloqueos y un caso puntual de auto-inmolación. El anuncio de la campaña provocó también una huida activa de cientos de miles de jóvenes para evadir el servicio militar, hombres apoyados por sus familias que migran a países vecinos o se esconden en pueblos dónde no pueden ser fácilmente rastreados.

La campaña de movilización de septiembre, que se da nada más un día después de anunciar la anexión de Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, sólo afianzó aún más el sentimiento de resistencia anti-guerra que venía gestándose en el seno de la sociedad rusa desde incluso antes de la invasión del 24 de febrero. La reacción popular inicial contó con grandes protestas en centros urbanos disminuidas por la represión del autoritario Estado ruso y acompañadas por el encarcelamiento y persecución de los/as activistas/as más radicales. Posteriormente, el nuevo esfuerzo de reclutamiento vio alzamientos/insurrecciones de las zonas rurales pues además de obligar a jóvenes pobres y populares de ciudades a matarse entre sí, Putin concentró la campaña en Chechenia, Daguestán, Kabardino-Balkaria y otras regiones del Cáucaso Septentrional por la presencia de minorías étnicamente diferenciadas, ruralizadas e históricamente oprimidas por el Estado ruso. La campaña vio también el reclutamiento de presos, especialmente por los mercenarios fascistas de Wagner, a cambio de dinero.

Igual que las reacciones a la invasión en general, muchas de las reacciones externas a la movilización parcial y los consecuentes actos de resistencia de las clases trabajadoras y populares rusas son decepcionantes y contraproducentes. Los vecinos países bálticos, al igual que la República Checa, decidieron como política migratoria no aceptar ninguna solicitud de asilo político proveniente de rusos huyéndole al servicio militar, es decir, en esencia a la guerra. No es comprensible cómo se espera acabar el derramamiento de sangre si las acciones directas que lo intentan impedir son castigadas o desincentivadas incluso por quienes dicen oponérsele. De nuevo la actitud de las clases dominantes de los países involucrados muestran un marcado desdén por los pobres en admisión de la creencia que está bien la muerte sin sentido si no son ellos los que la luchan.

En todo caso este punto, además de reafirmar la idea que los intereses de las clases en el asunto de la guerra son opuestos e incompatibles, declara que el sabotaje de la máquina de guerra imperialista no sólo es posible sino deseable tanto como estrategia de resistencia de los/as oprimidos/as, como medio para acabarla. Asimismo, la resistencia popular en Rusia es prueba de que los pueblos pueden ser solidarios entre sí, siendo así la causa anti-guerra una causa fundamentalmente internacionalista.

Es esta idea según la cual la resistencia y oposición a la guerra es imperativa venga de donde venga, es decir, que el fin nunca es el acrecentamiento militar de los Estados sino la solidaridad internacionalista entre las clases trabajadoras y populares el tercer y quizás más importante principio que guía nuestro posicionamiento. Ahora lo anterior no pretende asegurar que únicamente actos aislados de violencia componen genuinas expresiones de solidaridad pues, como se ha visto, al por el momento débil movimiento social anti-guerra lo componen más elementos, muchos pacíficos asociados a la desobediencia civil y a la organización política extra-parlamentaria.

Antes bien, la acción directa y desde abajo de los/as oprimidos/as ofrece alternativas a la guerra entre ejércitos nacionales que mezclan formas de violencia y no-violencia priorizando las que convengan en el difícil escenario de la invasión de un masivo ejército famoso, como la experiencia en Siria ha mostrado, por violaciones a los derechos humanos. En efecto, es la experiencia de resistencia ucraniana la que posibilita esta afirmación. Por un lado, en la etapa inicial de la invasión los/as habitantes de muchas ciudades recurrieron a la auto-organización civil, en parte motivados/as por la incapacidad del Estado de lidiar con la situación y en parte motivados/as, como Saša Kaluža lo indica, por la desconfianza hacia este aparato de dominación. Así, cientos de personas y organizaciones construyeron corredores humanitarios, crearon cadenas de distribución de alimento, difundieron información clave, ayudaron a refugiados/as a escapar o reubicarse, entre otras cosas. Esto incluye a los/as habitantes de las zonas ocupadas quienes por su resistencia y protesta han sido detenidos por las autoridades rusas provisionales.

Por otra parte, los/as ucranianos/as han bloqueado y saboteado tanques rusos, repelido pequeños avances militares con molotovs y constituido guerrillas urbanas y rurales de civiles. En particular la acción de los/as anarquistas se ha encontrado en ambos frentes aunque también, desafortunadamente, al interior del ejército y otros aparatos estatales. Se destacan de estos esfuerzos no sólo las acciones espontáneas de la población sino de organizaciones como los Colectivos Solidarios o el Comité de Resistencia y en general los esfuerzos barriales o «locales» de coordinación y apoyo mutuo en ciudades como Melitópol, entre otras. Es necesario mencionar de todos modos que la salida negociada a la guerra no es aún una posibilidad a raíz de la inicial reticencia rusa a acceder, inclusive a pesar de que los esfuerzos iniciales de febrero y marzo encabezados por Zelenskyy involucraban ceder en algunos aspectos, y de la actual reserva de ambos Estados a renunciar a la confrontación armada. Lo cierto es que si bien la defensa propia es una necesidad para el pueblo ucraniano en este momento, la dilatación del conflicto causado por sus mismas dinámicas y por el malgasto de los recursos se hace a costa del sacrificio de la vida humana, por lo que, de considerarse luego la salida pacífica, será ya demasiado tarde.

Es importante aclarar, no obstante, que la posición que desconoce los esfuerzos de resistencia civil, además de la militar, es una posición que legitima la acción del principal victimario. Acá se incluyen las desdichadas «críticas» «anti-imperialistas» que llaman a la rendición del pueblo ante la avanzada genocida y niegan toda posibilidad de resistencia al invasor se haga o no invocando el fantasma de la «soberanía nacional». Parecería haber confusión sobre el hecho que oponerse al sometimiento no significa reificar las entidades abstractas del derecho internacional o de la premisa básica de que ninguna violación de las libertades y vidas de poblaciones enteras es culpa de ellas. ¿Cuáles son entonces las consecuencias lógicas de este posicionamiento esencialmente patriarcal, que debemos esperar a que masacren a más civiles para ver si el invasor se conforma con la tierra cedida? Absurdo.

Nuestro posicionamiento

Recogiendo las razones acá expuestas para oponernos radicalmente a la invasión rusa a Ucrania, expresamos total e incondicional solidaridad con el pueblo ucraniano y todos/as las que resisten y luchan contra la guerra al interior de tanto Rusia como Ucrania. Incluimos acá también a los/as refugiados/as por la guerra y todos los esfuerzos de apoyo internacional a la causa antiguerra. Recordamos que nuestra solidaridad es internacionalista porque no reconoce fronteras divisorias entre poblaciones hermanas ni entre los/as oprimidos/as del mundo y antimilitarista porque no identifica sus intereses con los del crecimiento y expansión militarista de los Estados. Adicionalmente, recordamos también que la extrema derecha, los autoritarismos y las grandes empresas han estado trabajando en conjunto o fortaleciéndose a raíz de la confrontación armada y que es fundamental que nosotros/as nos opongamos a este avance en coordinación y fraternidad con todos los/as oprimidos/as.

Asimismo, reafirmamos nuestra convicción profundamente anti-imperialista, recogiendo el llamado zapatista contra todas las guerras capitalistas que destruyen la vida humana y la naturaleza por la disputa de intereses político-económicos de las clases dominantes nacionales. Recordamos en este punto que los intereses de las clases trabajadoras y populares no son equivalentes con aquellos de quienes están dispuestos a sacrificar la vida ajena y que nadie debe sacrificar su vida por ninguna patria o Estado. No es de olvidar que para hacerlo debemos escuchar a todas las personas afectadas por la invasión y la ocupación militar y eso implica oponernos a todos los imperialismos, incluido ahí por supuesto el ruso pero también el occidental encabezado por Estados Unidos y los estados miembro de la OTAN. Rechazamos igualmente los proyectos con reivindicaciones etno-nacionalistas y advertimos que el pueblo ucraniano puede estar enfrentando una situación cercana al genocidio.

Por otra parte, nuestro llamado es al fin y no prolongación de la guerra, es decir, contra la invasión y contra todo esfuerzo de usar los recursos y las armas para extender la confrontación armada o beneficiarse personalmente. La estrategia que reclamamos es una de sabotaje a la máquina de guerra desde su base y origen, lo que implica la construcción de un movimiento social anti-guerra fuerte al interior de Rusia y en los Estados involucrados. Celebramos la acciones de resistencia de los/as ucranianos/as y los/as rusos/as y esperamos que puedan proliferarse a futuro. Esperamos asimismo que la solidaridad entre pueblos y oprimidos/as construya el camino hacia otro(s) mundo(s) posible(s).

¡Alto a la invasión rusa a Ucrania!

¡Contra toda ocupación militar!

¡Arriba las que luchan!

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